El
PSOE era un partido marginal durante el tardofranquismo. La dirección
de este partido, con su secretario general, Rodolfo LLopis, al frente
estaba exiliada, y residía en Toulouse. Otro tanto le ocurría a la
dirección del PCE que residía en París, ya que uno y otro eran
partidos proscritos y perseguidos. Pero mientras el PCE era un
partido potente que se aplicaba a la caída del franquismo y las
urgencias de la lucha, los jóvenes del PSOE pensaban más en su
papel en el “después de Franco qué”. Por lo pronto, pensaron en
salir de la marginalidad que achacaban a la falta de vista de los de
Toulouse por la vía freudiana de “matar al padre”, o sea que el
viejo LLopis quedó sentenciado. Y así escenificaron entre
1970 y 1974 una lucha entre lo viejo y lo nuevo, en términos
generacionales de jóvenes contra viejos, y del interior (de España)
frente al exilio, a escala discursiva y organizativa.
En
el interior de España, los reducidos núcleos militantes del PSOE se
localizaban en el País Vasco, Asturias, Madrid y Sevilla. En agosto
de 1972 todos, en aras de la renovación, conspiraron para deponer a
Llopis en su ausencia, y dejar el cargo de secretario general vacante
durante dos años. Éste y sus leales resistieron, haciendo su
congreso en diciembre del mismo año. En consecuencia, el partido
quedó escindido entre el PSOE “histórico” de LLopis y sus
viejos camaradas, y el PSOE “renovado” de los jóvenes que, desde
1974, iba a liderar el sevillano Felipe González, tras el célebre
Congreso de Suresnes, al declinar Nicolás Redondo su candidatura, ya
que la importancia de los vascos era mucho mayor que la de los
sevillanos. Naturalmente, para entonces la jugada ya tenía el visto
bueno de la Internacional Socialista y era cuestión de tiempo que
los viejos derrotados se resignaran a quedar fuera del mapa.
Sin
embargo, antes de ser depuesto el viejo Llopis, en el XII Congreso,
tuvo tiempo de olfatear el ideario de sus sucesores y abordar a los
que suponía más conspirativos o de mayor trascendencia futura, caso
del sevillano Alfonso Guerra, entonces un joven profesor, aficionado
al teatro y a las puestas en escena. Juan Andrade en su libro “El
PCE y el PSOE en (la) transición” (pág.134), cuenta que
en su primer encuentro, Llopis le preguntó a Guerra, con buen
criterio por lo obreros de Sevilla, y que éste con desdén por los
obreros le contestó que en Sevilla no tenían inquietudes políticas.
Ante la respuesta Llopis confesó quedar muy sorprendido, no se sabe
si el viejo estaba al tanto del ascendiente que tenía el movimiento
de Comisiones Obreras y la influencia del PCE, o simplemente le llamó
la atención la poca sintonía de los vástagos del PSOE con la “o”
de obrero. Y lo mejor de todo: Llopis lo dejó escrito, y lo más
curioso: la carpeta lleva el rótulo de “papeles secretos del
PSOE”. No es para menos, después de todo el antiobrerismo del PSOE
“renovado” en general y del grupo sevillano, en particular, hay
que entenderlo como un rechazo al obrerismo de la transformación
social, o si se prefiere el de “la potencialidad transformadora de
la clase obrera” (J.Andrade). Y sobre esa cuestión del “mal
disimulado antiobrerismo”, que dice este autor, yo tengo también
un testimonio del que a lo mejor escribo otro día.
Fdo.
Encarna Ruiz Galacho
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