jueves, 13 de agosto de 2015

LA "O" DE OBRERO Y LA PREGUNTA DE LLOPIS.


El PSOE era un partido marginal durante el tardofranquismo. La dirección de este partido, con su secretario general, Rodolfo LLopis, al frente estaba exiliada, y residía en Toulouse. Otro tanto le ocurría a la dirección del PCE que residía en París, ya que uno y otro eran partidos proscritos y perseguidos. Pero mientras el PCE era un partido potente que se aplicaba a la caída del franquismo y las urgencias de la lucha, los jóvenes del PSOE pensaban más en su papel en el “después de Franco qué”. Por lo pronto, pensaron en salir de la marginalidad que achacaban a la falta de vista de los de Toulouse por la vía freudiana de “matar al padre”, o sea que el viejo LLopis quedó  sentenciado. Y así escenificaron entre 1970 y 1974 una lucha entre lo viejo y lo nuevo, en términos generacionales de jóvenes contra viejos, y del interior (de España) frente al exilio, a escala discursiva y organizativa.



En el interior de España, los reducidos núcleos militantes del PSOE se localizaban en el País Vasco, Asturias, Madrid y Sevilla. En agosto de 1972 todos, en aras de la renovación, conspiraron para deponer a Llopis en su ausencia, y dejar el cargo de secretario general vacante durante dos años. Éste y sus leales resistieron, haciendo su congreso en diciembre del mismo año. En consecuencia, el partido quedó escindido entre el PSOE “histórico” de LLopis y sus viejos camaradas, y el PSOE “renovado” de los jóvenes que, desde 1974, iba a liderar el sevillano Felipe González, tras el célebre Congreso de Suresnes, al declinar Nicolás Redondo su candidatura, ya que la importancia de los vascos era mucho mayor que la de los sevillanos. Naturalmente, para entonces la jugada ya tenía el visto bueno de la Internacional Socialista y era cuestión de tiempo que los viejos derrotados se resignaran a quedar fuera del mapa.


Sin embargo, antes de ser depuesto el viejo Llopis, en el XII Congreso, tuvo tiempo de olfatear el ideario de sus sucesores y abordar a los que suponía más conspirativos o de mayor trascendencia futura, caso del sevillano Alfonso Guerra, entonces un joven profesor, aficionado al teatro y a las puestas en escena. Juan Andrade en su libro “El PCE y el PSOE en (la) transición” (pág.134), cuenta que en su primer encuentro, Llopis le preguntó a Guerra, con buen criterio por lo obreros de Sevilla, y que éste con desdén por los obreros le contestó que en Sevilla no tenían inquietudes políticas. Ante la respuesta Llopis confesó quedar muy sorprendido, no se sabe si el viejo estaba al tanto del ascendiente que tenía el movimiento de Comisiones Obreras y la influencia del PCE, o simplemente le llamó la atención la poca sintonía de los vástagos del PSOE con la “o” de obrero. Y lo mejor de todo: Llopis lo dejó escrito, y lo más curioso: la carpeta lleva el rótulo de “papeles secretos del PSOE”. No es para menos, después de todo el antiobrerismo del PSOE “renovado” en general y del grupo sevillano, en particular, hay que entenderlo como un rechazo al obrerismo de la transformación social, o si se prefiere el de “la potencialidad transformadora de la clase obrera” (J.Andrade). Y sobre esa cuestión del “mal disimulado antiobrerismo”, que dice este autor, yo tengo también un testimonio del que a lo mejor escribo otro día.


No hay comentarios:

Publicar un comentario