El sindicalismo atraviesa serias dificultades en el terreno de la movilización, la afiliación y la financiación. Las centrales españolas mayoritarias, por su afiliación y representación, son Comisiones Obreras que desde hace casi dos décadas viene ganando las elecciones sindicales, seguida por la Unión General de Trabajadores; de manera que las dos centrales copan más del 70 % de los delegados de personal y miembros de los comités de empresa. Y ambas van de la mano, desde los tiempos de la "transición pactada", articulada por una estrategia de unidad de acción, que hemos llamado bisindicalismo.
Por ello, a lo largo de estas décadas cabe preguntarse por qué CCOO y UGT no pasaban a plantearse la unidad orgánica, dado que los puntos en litigio eran más bien secundarios. Sobre todo, en el caso de CCOO, que desde su nacimiento se propuso la unidad sindical como objetivo prioritario.
Cierto que, UGT, como brazo sindical del PSOE ha sido reacia a la unificación, y más en los tiempos de Nicolás Redondo, absorbido por la pelea con el gobierno de Felipe González, al que Redondo acusaba con toda la razón de no ser socialdemócrata. En realidad, el del PSOE fue de los primeros gobiernos socioliberales de Europa, como diría el nefasto laborista Tony Blair y sus colegas de La Tercera Vía.
Uno de los inconvenientes para la unificación sería, sin duda, la reducción de cargos, de organizaciones y de plantillas que iba a originar, en la estructura interna de las dos centrales. Algo que luego la crisis ha impuesto, dramáticamente, a cada una de las centrales, dada la crisis de financiación que ha sobrevenido al caer la afiliación y reducirse, en paralelo, otros ingresos complementarios.
En esta tesitura de crisis, la dirección confederal de CCOO lanzó el pasado mes de mayo el documento de "repensar el sindicato", que puede y debe ser un órdago para el conjunto de la organización. Pues, no solo cabe temer que la desmovilización conduzca a convertir el sindicato en una especie de ONG; hay que rejuvenecer el sindicalismo y revitalizar la acción sindical, y situar a los trabajadores asalariados ante la exigencia ineludible de la sindicación.
Naturalmente, a la hora de repensar, es normal que las corrientes de izquierda de CCOO contrasten la situación actual y su crítica con el retorno a los orígenes del sindicato. El sindicalismo obrero, hoy como ayer es resistencia a la explotación capitalista, a diferencia del sindicato amarillo, financiado por la patronal, y del sindicato fascista, que imponía la conciliación de clases entre patronos y trabajadores asalariados por la vía de la sindicación obligatoria.
Conocer los orígenes del sindicalismo de CCOO tiene mucha importancia, porque es el de la oposición sindical durante el tardofranquismo. De hecho, CCOO no participó como tal, en las elecciones sindicales del Vertical, hasta los comicios de septiembre de 1966, y lo hizo en nombre del futuro del sindicalismo que el relevo generacional de los años 60 y 70 iba a encarnar.
Y no deja de ser curioso que, en su 50 aniversario, se haya puesto CCOO a "repensar" su futuro. Y es que, hoy como ayer, la lucha entre lo viejo y lo nuevo tendrá que plantearse trabajosamente, a partir de los centros de trabajo, desde las bases laborales y la movilización social, y el papel creciente de la juventud rebelde.
Todo lo cual, se dirá, no sin razón, que se está haciendo esperar, debido al largo "eclipse del movimiento obrero" que atravesamos. Por ello conviene estudiar el pasado y no idealizarlo. Porque hay que mirar hacia atrás, para mirar hacia adelante.
Fdo: Encarna R. Galacho